lunes, 18 de enero de 2016

Goodbye Berlín, de Wolfgang Herrndorf

Reseña de Goodbye Berlín, de Wolfgang Herrndorf, por Patricia López Garrido.

Terminé el año con dos novelas protagonizadas por adolescentes: Un final para Rachel, de Jesse Andrews, y esta: Goodbye Berlín, de Wolfgang Herrndorf. Lo mismo de siempre: un adolescente inadaptado, en este caso, el que no destaca por nada, no es guay y está al margen de las relaciones sociales no porque él quiera, sino porque no le sale, sin más.

Además de no tener amigos, su madre es alcohólica y su padre se está viendo con otra mujer, por lo que ninguno le presta la atención necesaria. Todo esto, bien mezclado y a fuego lento es el perfecto caldo de cultivo para hacer la trastada del siglo aunque, de nuevo, Maik, que así se llama el chico, lo hace sin querer.

Aburrido tras el final de las clases, solo (porque su madre está ingresada en la clínica de desintoxicación, y su padre se ha marchado de viaje con su amante) y triste (porque Tatiana, la chica que le gusta, no lo ha invitado a su cumpleaños), Maik conoce a Tschick, un compañero de clase ruso, igual de marginado que él.

Después de un par de días jugando a la videoconsola, bañándose en la piscina y haciendo  estas cosas propias de chiquillos en verano, Tschick le propone a Maik ir hasta el lugar donde se celebrará la fiesta de Tatiana para entregarle el regalo que Maik ha estado haciendo durante un tiempo: un enorme dibujo de su cantante favorita, Beyoncé.

Sin saber cómo Maik se encuentra subido en un coche viejo y destartalado marca Lada con Tschick (menor de 18 años, por cierto) rumbo a un lugar alejado de donde viven en Berlín. Llegan, entregan el dibujo y se vuelven. Pero entonces ambos se dan cuenta de que parecen ser los únicos que no están disfrutando de las vacaciones y, en otro arrebato, Tschick convence de nuevo a Maik para ir a "Valaquia".

A partir de aquí comienza un periplo estilo road trip desastroso en el que se encuentran a gente rara y viven situaciones a ratos divertidas pero poco convencionales, eso desde luego: “Tshick y yo nos marchamos por ahí con el coche. En realidad queríamos ir a Valaquia pero dimos cinco vueltas de campana después de que uno nos disparase. Después persecución policial, hospital. Más tarde me estrellé contra un camión de cerdos y se me desgarró la pantorrilla, pero en fin tampoco nos fue tan mal”.

En ciertos momentos, me aburrí un poco, aunque tanto en principio como el final de la novela me mantuvieron en vilo. Y me pasó como con tantas otras novelas de adolescentes: no acabo de conectar con ellos porque, a pesar de que entiendo cómo se sienten siendo los marginados de la clase, creo que la resolución del conflicto es demasiado para un par de chicos de 14 años. Es más, si lo que pasa en el libro fuera verdad, probablemente hubiera sido un escándalo mediático, más en verano, que ya sabemos que estamos faltos de noticias.

“Desde que era pequeño mi padre me había enseñado que el mundo es malo […] En las noticias y a todas horas: el ser humano no es bueno. Y puede que esto sea cierto en el noventa y nueve por ciento de los casos. Pero lo alucinante es que Tschick y yo solo nos encontramos con el uno por ciento restante”.