lunes, 19 de diciembre de 2016

El despertar de la señorita Prim, de Natalia Sanmartín Fenollera

Reseña de Patricia López Garrido.

Fue la tarea del mes de diciembre del Club de Lectura Parla Este la que me condujo hasta El despertar de la señorita Prim, de Natalia Samartín Fenollera. Lo cierto es que me costó empezar pero los buenos comentarios que iban dejando mis compañeras en el grupo de Whatsapp que compartimos, me animaron: iba a encontrar “algo” en las páginas de ese libro. Y la verdad es que así fue.

Prudencia Prim es una mujer “hipertitulada”, segura de sí misma, independiente y autosuficiente. Un día responde a un anuncio de trabajo que dice lo siguiente: “Se busca espíritu femenino en absoluto subyugado por el mundo. Capaz de ejercer de bibliotecaria para un caballero y sus libros. Con facilidad para convivir con perros y niños. Mejor sin experiencia laboral. Abstenerse tituladas superiores y posgraduadas”.

A pesar de que en el anuncio de empleo se pide a alguien con poca formación y experiencia, la señorita Prim se presenta al puesto y lo consigue. La biblioteca en la que ha de trabajar está situada en una casa particular en un pueblo llamado San Ireneo, que es el protagonista absoluto de esta novela.

San Ireneo es una comunidad compuesta de personas que han llegado allí huyendo de la sociedad que rige el ritmo del mundo. Es gente que huye de los horarios, de los convencionalismos sociales, de la hipertitulación sin razones. Ellos abogan más por la conciliación, el tiempo, la educación de los niños en la familia… El papel de las mujeres tiene un peso primordial, como también la reflexión sobre el matrimonio.

En este ambiente de pueblo pequeño, idílico y utópico, Prudencia Prim empieza a descubrir facetas de la vida en las que antes no se había parado a pensar o simplemente rechazaba. Pero, cuando conoce a Hortensia Oeillet, a Herminia Treumont, a Virginia Pille o a Horacio Delàs, por nombrar algunos, la señorita Prim reflexiona sobre ese nuevo estilo de vida al que ha llegado por casualidad y con el que, sorprendentemente, comienza a compartir algunas cosas.

Lo cierto es que empecé a disfrutar del libro un poco antes de la mitad. Cuando conoces el pueblo, casi que te dan ganas de irte a vivir allí: sus jornadas reducidas, esa manera de educar a los niños, todo el día con el café, el té y los dulces… Sin embargo, en el libro hay mucha reflexión que no llega a ninguna parte, muchos diálogos crípticos y es algo enrevesado. A mi modo de ver, no es necesario dar tantas vueltas a las cosas, aunque parece ser que tanto en esta sociedad en la que vivimos como en San Ireneo, dar vueltas a las cosas importantes es una constante.

La novela tiene algunos toques de realismo mágico e incluso se me vinieron a la mente otros libros que había leído anteriormente como Belfondo, de Jenn Díaz y El regalo, de Eloy Moreno. Tiene pasajes muy bonitos, reflexiones estupendas y propuestas mucho mejores que la de acabar la jornada a las 6 de la tarde. Aun así, a pesar de que mi primera impresión al terminar es que había encontrado un libro muy interesante, esta sensación se ha ido deshinchando con los días. Demasiadas vueltas, demasiada utopía para hablar de lo mismo que nos preocupa a todos, aquí o en San Ireneo, y un final que deja todo un poco en el aire.